Hoy se cumplen 20 años
del suplicio iniciado en Bogotá.
El sol se mostraba tímidamente
cuando las gentes, rodeaban la catedral.
Al mediodía el sol esplendoroso
mostraba sus ribetes de oro y perla,
las multitudes esperaban ansiosas
mi llegada a ese lugar.
Abrí al máximo los ojos,
luego los cerré con suavidad,
escuchando un hermoso concierto de suspiros
y al instante un solo grito que al unísono decía:
Sssí, si es la madre!
Un murmullo de amor todos sentían
y mi aliento muy quieto se quedó.
Que bellas sensaciones se sentían,
de cada persona que semejaba
una estrella en el lugar.
Cuántas esperanzas se forjaban
del enfermo y el aliviado
esperando que impartiera
mi fuerza vivificadora
en una pausa indefinida,
y con ella sus penas olvidar.
Exploré ávidamente alrededor
encontrando enfermos, desvalidos
y ante todo espíritus sedientos de saber.
Fue una lucha con la prensa,
una larga pesadilla,
una lucha de mi esposo
porque diera alivio a quien esperaba
recibir mis vibraciones para salir curados
y a los cuatro vientos gritar
que Regina me ha sanado, que ahora
vivo sin dolores y siento gran felicidad.
Al púlpito pidió monseñor que me subiera
y, desde allí, observé las multitudes.
El pueblo enmudeció por un instante
y mi fuerza descargó todos sus rayos
curando al agonizante
y dándole esperanza al corazón del pobre rico.
Hasta las columnas lloraban de alegría
viendo el milagro de la resonancia,
en la misma frecuencia del pobre, del rico,
del blanco, del negro y todas las edades.
Sentí una dicha irresistible,
por un instante, creí tener la fuerza de otro mundo,
los gritos de júbilo resonaban en mi tímpano,
las gentes se veían gigantescas
y un hilo de luz, saturaba todo mi físico.
En un instante recorrí todo el universo
viendo la frescura del amor
y la sinceridad de un pueblo.
Fue allí, cuando sin saber porqué,
lo engendré a usted,
sembrando un jardín en el sol de mediodía.
El abono de odio de todos los medios,
y el gobierno en general,
hizo posible el milagro que ese árbol se creciera.
Las flores retoñaban cada día
pero algunas se caían dando campo al pisoteo
y otras entregando el dulce canto
que palpita en el encanto
y haciendo la multiplicación
cuántos hijos me abandonan,
pero jamás yo a ellos abandoné.
Muchos vuelven doloridos
por saber que me han negado
pero las puertas siempre abre
ese gran amor de madre.
Hoy se cumplen 20 años de esa linda sensación,
cuando engendrara a mis hijos con una gran violación.
Hoy, después de veinte años por ese motivo,
estoy condenada,
pero triunfando e irradiando el amor
que tanto mis hijos añoran,
sintiendo que muy pocos se marchitan
y viendo florecer mi esplendorosa familia
que le dará la paz al mundo
y sin ningún egoísmo expandirán su calor,
su dicha y su esperanza a quien nada sabe de mí.
Soy esa verdadera madre
que aun, con hijos sordos, mudos, ciegos,
a sentir de nuevo el amor
que un día sintieron por mí
y los que nunca me dejaron,
verán el premio llegar a su lado,
a su hogar y a su patria en general.
Santafé de Bogotá, D.C. 14 de febrero de 1997
Fuente: Cantos y poemas - Regina Liska Betancur.
Imagen: Edgar Reascos.