El tiempo fue pasando y un día, al enterarse de que había quedado viuda, apareció Alfonso Robledo a quien había conocido cuando vendía publicidad.
Me pidió que me casara con él, que así él respondería por mis hijas incluyendo la que venía.
Le respondí que por ahora no era mi intención casarme y que todavía no tenía ni la menor idea de lo que estaba sucediendo.
Un poco enojado y medio borracho se dirigió a hablar con mi madre, jamás me enteré de su diálogo, aunque sí me di cuenta que cuando fue a Bogotá, le enviaba algún dinero para que me ayudara sostenimiento de mis hijas.
Cuando ya tenía unos cinco meses de embarazo nos encontrábamos en la cocina de mi casa, mi madre, mi hermana Aura, dos vecinas y yo, cuando sentimos el llanto de un bebé. Nos quedamos en completo silencio, paramos la oreja para ver de dónde llegaba ese llanto, no obstante ninguna nos percatábamos del lugar.
Las miradas entre nosotras hablaban de nuestro asombro y pum…, otra vez se sintió, pero ahí nos dimos cuenta que el llanto salía de mi estómago. Yo quedé temblando y las demás también.
Los ojos azules de mi madre, se agrandaron y con voz entrecortada, me dijo: -Mija, va a tener un Zahorí.
-Y, ¿Qué es eso?, -le pregunté.
-Pues un niño muy sabio que todo lo sabe, que todo lo ve, -me contestó.
Un par de lágrimas rodaron por mis mejillas y respondí. -Sí, un niño muy sabio, no obstante va a tener una vida muy corta, ¿Verdad?
Nadie respondió y cada persona, lo único que atinaba era a apretar mi mano y despedirse como si salieran de un velorio.
Esa noche realicé un trance para ver si mi madre estaba en lo cierto.
De pronto…, Indiscutiblemente sentí la mano de la niña que me llevaba a tierras muy lejanas.
Era un trance y me hallé en el Japón. Asombrada observé que estaba en la oficina de un alto ejecutivo y cuando él sintió mi presencia, llevó sus manos a la cabeza. Era un hombre joven, simpático, muy inteligente y dueño de varias empresas.
En mi sueño, la niña que estaba en mi vientre me decía: Que un día lo conocería, mas que nada pasaría.
Así, durante varias noches continué llegando hasta donde él, no obstante cuando observé que el hombre se estaba poniendo muy nervioso por lo que le ocurría, resolví dejar la hazaña y mi última orden fue decirle que quería conocerlo.
Una vez la noticia del llanto se regó en el barrio, algunos se asombraron y otros decían: “Con esa viuda tan rara, todo es de esperarse”.
En fin, mi barriguita siguió creciendo y en pocos meses llegó una nena preciosa, con nueve libras de peso, la que se llamó SANDRA REGINA.
Libro Patagrande Volumen 2, Páginas 27 - 30.
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