Quisiste sacar el néctar de mi flor
cuando apenas y tímidamente,
abría sus pétalos.
Posaste tus labios en los míos
y al instante una sensación
recorrió mi cuerpo
y un sonido ineludible y penetrante
tocaba por encima de mi ropa
esa parte aún impúbica
de una rosa iniciando su esplendor.
Fue tan solo un beso
y mis pequeños senos aún en desarrollo
querían salir de su blusa
para ser alcanzados por el
néctar divino de su saliva en mí.
Fue un instante,
fue un momento de locura,
fue un ir a las estrellas,
un bajar en el océano
encontrando el esplendor
de un mundo mágico.
Fue la dicha de un cuerpo masculino
y unos brazos corpulentos
rodeando mi pequeña y fina figura,
fue una alarma sin usar
y un pecado sin cometer
que siempre hubiera querido
cargar en mí.
Cómo te amé ¡Oh! Juan del alma
cómo mi inocencia recorrió en
esos instantes la pasión de mil mujeres
supe de tu amor por mí
y la muerte llegó en tu delirio incesante
al tratar de alcanzar lo inalcanzable.
Pero, aun en mis sesenta años,
llevo en mí tu saliva,
el tacto de tus manos
y ese adiós con un abrazo
que nunca regresó,
pero jamás salió de mi pequeño envase.
Juan, eres de Dios y ahora,
vives con Danny.
El, ¿tú sabes?
Me hizo sentir la misma sensación
él introdujo su sangre y su espíritu
en mi pequeño pero fortalecido cuerpo.
Nuestra pasión colmó las ansias
de amar que hay en el mundo.
Era sublime su adoración hacia mí
y mi amor con pasión y admiración
hacia él.
¿Sabes Juan?
A Danny le amé hasta los momentos
de enojo que sin motivo dejaba
en mis empleados.
Era un niño grande
con sabiduría sin igual.
Era el hombre que añoraba,
era el padre de mi hija,
era el bonachón y sabio
era quien en sus brazos me elevaba
era el dios en la mañana
y la pasión en los atardeceres
era mi alegría en los paseos
y mi consuelo en momentos de tristeza.
Fue mi compañero aquí en la tierra
fue la gloria de una
mujer en agonía
y el sueño dorado de todas las mujeres.
Su agonía duró hasta después
de mi secuestro
y de allí el 9 de mayo,
salió para acompañarte
y darte cuenta del encanto
que tuvimos aquí en la tierra.
La fuerza de los dos está,
y el anhelo de encontrarme vibrante
con los dos es permanente.
Amo al uno porque sacó el perfume
por primera vez de mi primavera
y al otro por abonar la tierra
y sacar el fruto de amor
y de dulzura que envuelve el deseo
de un amor que nunca acaba.
Fuente: Cantos y poemas - Regina Liska Betancur.
Imagen: Edgar Reascos.