Qué dichosa me siento con mis
jueces, al proferir esa condena,
me sentí sola, miserable y apenada.
Esa noche sentí la voz de mi
conciencia:
“Soy tu guía, no te apures” me
decía,
“Ellos jueces terrenales, sólo
buscan perturbar la esperanza
de tu pueblo, de tu anhelo de
ayudarlo.
Hoy ya tienes un descanso
el silencio de tu vida oxigena
tu cerebro.
Eres madre, eras maestra; y
tus hijos, de tu vida no se alejan.
Fueron ellos, esos jueces que
sin pensar, quisieron destruir el cuerpo
vigoroso que formaste desde
tiempo atrás.
Mas igual que aquí
en la tierra, en instantes se destruye
todo aquello que nada significa
y al igual que las amebas,
en segundos también,
todo lo bello, con tu poder
se multiplica.
En tu aparente soledad,
fabrica pensamientos positivos,
comunícate con aquellos que
siempre esperan y en el paso
de ese túnel, verás resplandecer
la luz de la mañana.
Deja que las flores perfumen
el ambiente y esa flor es el pueblo
que de ti espera
el oxígeno que los gobiernos
no entregan.
Dialoga con los mensajes de
tus seguidores
y un espectáculo verás que da
placeres.
Ellos viven de tu aliento, de tu
amor y sufren creyéndote lejos.
Mas los jueces verán atormentados,
que tú no inventaste el amor
que te profesan;
que tu voz reverbera en sus
conciencias
y al igual que en las
tempestades, produces miles de
centellas.
Deja que ellos crean en su
talento condenado
al inocente;
que atesoren sentencias
para el día de mañana.
Deja que el aplauso llegue a
ellos y desciendan encantados
sobre sus abultados códigos.
Mira ahora la belleza de las
flores que se abren persistentes
ante ti.
Y ese mundo que te implora
que lo dejes sonreír.
Se benévola con tus detractores
y al igual que el escorpión,
viendo el fuego que rodea sus
entrañas, te imploran el
perdón. Y así, esos hijos
descarriados, vivirán tu gran
dolor”.
Fuente: Cantos y poemas - Regina Liska Betancur.
Imagen: Carlos Yepes.