Vi a mi lado la otra noche
un compañero gigante,
muchos ojos me miraban
el color resplandeciente
al mirarlo sonreía
y un sonido producía.
Era un árbol bien frondoso
con naranjas deliciosas
observando mi esperanza
de alimentar al mundo entero.
Yo viajaba por las ramas
y mil vueltas a cada naranja le daba.
Como soles gigantescos se mostraban
y su jugo mi cabello acariciaba.
Una hoja cayó al suelo
y, al igual que la grama,
cubrió lo seco.
Ese verde apareció en mis ojos
y su raíz formaba mi cabello.
Luego un bosque apareció
y sus ramas me mostró.
La humedad formó el rocío de mis ojos y las lianas
cubrían mis pestañas.
Una hermosa serenata me daban
las diferentes especies
de esa fauna;
las revelaciones se hicieron presentes en mis
manos, un mundo de recetas
colmaban el anhelo de tomarlas.
Apareció a mi lado otro árbol
y se presentó como el Nazareno
“Soy la fuerza que da sangre
a este terreno,
mi capa blanca cubre mi fondo magenta perfecto cual
la madre naturaleza, cuyo seno al mundo alimenta”.
Al instante desfilaron los helechos,
“Ven te muestro la grandeza
de mi vida,
el color perfecto que armoniza
con las aves y el secreto de tus letras”.
Una fuente de agua pura y cristalina
se mostraba como espejo
y una vasta variedad de frutos
pasaban por mis manos
brotando como encanto.
Al mirar el dulzor de aquellos frutos,
miles de aves llegaron al instante;
cada una sonreía y mi cuerpo
besaban dulcemente.
No sentía temor a esas criaturas;
sólo asombro al mirarles bien los ojos,
recorrer esos colores tan brillantes
y el deseo de poder comunicarnos.
Llegan luego animales de todas las especies, nunca
vistos
por hombres citadinos y
tampoco campesinos;
¡Fue tan grande la dicha al encontrarnos,
que las ramas trataron de abrazarnos!
Una centella se sintió en aquel instante;
todos vimos bajar de las alturas
la figura de un ser resplandeciente;
y unas nubes de púrpura encendido
formaron el trono sin igual,
para sentar al visitante.
Era inmensa la luz que él emanaba,
al instante la quietud, se puso quieta.
Un sollozo de mi pecho yo sacaba
y él sonrió sin decirme una palabra.
Salieron las plantas, los
animales marinos y terrestres,
al igual que las aves con todo su plumaje y besaban el
aroma que él emanaba.
No podía saber qué preguntarle
y, una partícula de luz entró
en mi mente.
“No te afanes
que todo te lo he dicho
al mirar todas las fieras doblegadas
y las plantas ofreciendo su esperanza!”
“Hoy ya miras que en la tierra todo es único; que el
dolor es sentido porque quieren;
que si guardas y gobiernas tu existencia,
nada malo le pasa al colectivo”.
El sol, la luna y las estrellas
se asomaron tan brillantes y tan grandes como
nunca se sintieron.
Llega ahora otra vez esa sonrisa
y esa chispa de luz encandecente,
tocó de nuevo otra célula de mi mente.
Son los mundos desconocidos
por el hombre.
El científico, cree que sólo el es grande,
pero hay criaturas más grandes
que la tierra
que no abren tumbas,
sino que forman cielos.
Ven te pido ¡Oh Dios!
y no me dejes.
De rodillas me hinqué
de amor henchida.
“No hagas eso”, me dijo con dulzura,
“no doblegues tus rodillas ante nada”.
“Seré tu oxigeno y el arco iris
mostraré con amor
en tus momentos de dolor.
Verás esferas moviendo el firmamento
y un dulce canto aliviará tu aliento”.
“Serán tus fieles seguidores el encanto
y el dulce néctar, el amor que sientes.
Verás la luz que al terminar el túnel resplandezca.
Fuente: Cantos y poemas - Regina Liska Betancur.
Imagen: Edgar Reascos.